Envío Gratis por compras superiores a $60.000 Envío GRATIS por compras superiores a $60.000

Todas las madres

Todas las madres

Textos seleccionados por Rita Cox
Fotografia y video por Paola Velasquez

Maquillaje y Pelo Josefa Inostroza
Vestuario Sofía Pinto
Dirección de arte Josefina Lagos y Javiera Díaz de Valdés
Joyas ARA
Diseño Francisca Rojas (Baahus)
Hija Rosa Mackenna
Madre Javiera Díaz de Valdés

 

Amada y detestada. Inspiración y motor de huida. Tan perfecta que agobia. Tan frágil que hay que cuidarla. Posesiva o lejana. Verborreica, gritona, silenciosa, ensimismada, triste, alegre, social, ermitaña. Curiosa o apática.

Presente o dolorosamente presente por su ausencia. No existe una sola madre y todas dejan huella; cicatriz. Todas marcan de muchas formas el camino, la mirada, los miedos y las certezas. De cada madre nace un hijo que repetirá el acto de gestar. Gestar un hijo, gestar un hogar, gestar un proyecto, gestar una historia personal, gestar recuerdos. Se gestan tantas cosas. Aquí dejamos que madres, hijas e hijos de carne y hueso y de la ficción hablen sobre una relación tan nutritiva como compleja.

 

Mafalda: Pero… ¿por qué tengo que hacerlo?
Mamá: ¡¡Porque te lo ordeno yo, que soy tu MADRE!!
Mafalda: Si es cuestión de títulos, yo soy tu HIJA y nos graduamos el mismo día, ¿o no?

 

Mafalda: Mamá
Mamá: ¿Qué?
Mafalda: Nada. Sólo quería cerciorarme de que aún hay una buena palabra que continúa en vigencia”.

Del libro 10 años con Mafalda, de Quino.

 

“… mi madre era demasiado rubia, alta, desenvuelta y fuera de tono. Me hubiera gustado tener una madre normal, que me diese seguridad, morena y con el delantal sucio, con las manos estropeadas y los ojos cansados…”.

“Mi madre solía mendigar algo para nosotras, pero a veces regresaba con las manos vacías. Otras, aparecía con una patata, un puñado de arroz o un mendrugo de pan negro, que tenía una corteza durísima y se rompía al cortarlo porque dentro estaba húmedo”.

Del libro Ayer, hoy y mañana, las memorias de Sophia Loren.

“A los diez años, yo tenía que hacerme cargo de esta situación. Recuerdo levantarme sola para ir al colegio. Cuando volvía a la casa veía desde la distancia las persianas abajo, por lo que sabía que mi madre aún no se levantaba. Empezaba a beber temprano, se escudaba en su presión baja, en frío, en su imposibilidad para dormir, o en que había discutido con mi padre. Luego, venía la torpeza, la lentitud, la repetición de ideas. Ella jamás se reconoció como alcohólica”.

“Ya no soy una carga, tengo doce años y no hay necesidad de que me cuiden. Aunque nunca lo hicieron mucho. Siempre fui independiente y, de alguna manera, muy práctica. Por lo demás, ninguno de mis padres lo era y alguien tenía que serlo, asunto que dejó en mi un rasgo de carácter bastante insoportable: el orden en contraposición al miedo al caos que muchas veces reinaba en nuestra casa. Eso fue lo que me hizo crecer y ser hoy quien soy”.

“Mi madre, afectada, cae nuevamente en una depresión profunda; le es muy difícil aceptar la muerte de su madre, con quien siempre ha tenido una relación conflictiva. Al mismo tiempo, se aproxima el nacimiento de mi hija. Eso despierta en ella un tema no resuelto con su maternidad frustrada y la de su relación amor-odio con su propia madre. Esa dualidad muerte-nacimiento la hunde en los infiernos de la tristeza y de la angustia. Mi abuela morirá días antes del nacimiento de mi hija Natalia. La muerte de su madre y mi maternidad la obligan a enfrentarse con todo el dolor a su propia esterilidad. Ahoga su depresión en alcohol”.

“Hoy, como hija, al conocer el revés de la historia, admiro su valor de postergarse de tal modo ante un amor que ella consideraba vital, dejando a un lado su propia feminidad, sin olvidar la frustración que eso le produjo, y la búsqueda de una vía de escape en sus depresiones y su alcoholismo”.

Del libro Correr el tupido velo, de Pilar Donoso.

 

 

 

 

“Susan no sólo era la madre de su madre, sino que se convirtió también en el marido de Mildred, obligada a competir con los pretendientes que rovoloteaban en torno a la bella y joven viuda. El coquetear con ella, escribió, ‘triunfaba sobre los novios que pululaban a su alrededor, reclamando la atención de mi madre, cuando no sentimientos más profundos (según me contó ella en varias ocasiones). Se mostraba ‘femenina´ conmigo y yo interpretaba el papel del muchacho tímido que sentía adoración por ella. Era delicada, mientras que aquellos novios eran unos brutos. Estaba enamorada de ella, y además jugaba a estar enamorada de ella’”.

Del libro Susan Sontag, vida y obra, de Benjamin Moser.

 

“Mi madre medía un poco más de metro y medio, pero para mí era como que midiera un metro noventa. Era inteligente y fuerte, temible y protectora. Era generosa, fiel y divertida. Sólo tenía dos objetivos en la vida: criar a sus dos hijas y acabar con el cáncer de mama. Era exigente y tenía depositadas muchas esperanzas en nosotras mientras nos criaba. En todo momento hizo que Maya y yo nos sintiéramos especiales, que supiéramos que podíamos hacer los que quisiéramos si nos esforzábamos”.

“Mi madre tenía muy claro que estaba criando a dos hijas negras. Sabía que su patria adoptiva nos vería a Maya y a mí como niñas negras, y estaba decidida a garantizar que nos convirtiéramos en mujeres negras seguras y orgullosas”.

Del libro Nuestra verdad, de Kamala Harris, vicepresidenta de Estados Unidos.

“Creo que hay mucho de la madre de Truman en Holly Golightly (el personaje de Desayuno en Tiffany). La madre de Truman era como Holly, de un pueblo pequeño del sur. También era una persona complicada”.

“Nina me daba miedo, porque no era una madre normal. Era una mujer muy sexual y atractiva. Tomaba muchas pastillas. Bebía alcohol. Era una versión malévola de Truman”.

“Su madre no lo aceptaba a pesar de su fama, a pesar de su esplendor. A ella nunca le hizo gracia su sexualidad”.

“Estaba en deuda con su madre y eso que ella básicamente lo abandonó. No sé qué edad tenía ¿Cuatro años? ¿Cinco? ¿Seis? Algo así. Creo que nunca la perdonó por eso. Creo que por eso tenía esa tremenda necesidad se ser amado. Creo que Truman nunca sitió que lo era”.

Del documental Truman Capote tapes, de Ebs Burnough.

“Viví mucho tiempo encerrada en mí y, entre medio, cuando tenía 19 años, mi padre murió y eso hizo que me encerrara más. La vida se me abrió cuando tuve a mi primer hijo”.

Charlotte Gainsbourg en entrevista con el programa Help! taxi express.

“Mi madre era el colmo de la belleza. Nunca hubo rivalidad posible. Cuando uno ve sus fotos, incluso no solo sus fotos, no se trata solo de su cara, es todo su personaje, su actitud”.

Charlotte Gainsbourg sobre su madre, Jane Birkin, en revista Marie Claire Francia.

 

“Hoy ha llegado tu larga y preciosa carta, y una vez más me veo en la necesidad de reconocer que has sido una madre excelente para mí. Te has ganado los más verdes laureles por el gran remolino de responsabilidades que has asumido durante los últimos diez años y pico de esfuerzos por darme la ´educación correcta´. Te agradezco mucho, de verdad, su compresión tan racional. En correspondencia, siempre he sentido que podía ser completamente sincera contigo y deseo por encima de todo que puedas sentirte orgullosa de mí, para poder empezar a devolverte algún día me has dado durante esta década de vida…”.

Carta escrita por Sylvia Plath a su madre a los 21 años. Del libro, Cartas a mi madre.

 

 

“Mi mamá, debo decir que era una mujer maravillosa: inteligente, trabajadora, sacrificada. Era fiel y amorosa y decente, pero no, digamos, físicamente agradable. Años más tarde, cuando yo decía que mi madre se parecía a Groucho Marx, la gente pensaba que estaba bromeando. En sus últimos años sufría de demencia y murió a los noventa y seis. A pesar de que deliraba, ni siquiera en los últimos momentos perdió su don para quejarse, que había convertido en arte”

Woody Allen, en su autobiografía A propósito de nada.

 

 

 

No tengo perdón del cielo
ni tampoco de los vientos
mentira el dolor que siento
[…]

p’aquella que su angelorum
dejá botá en el invierno,
arrójenla en los infiernos
p’a sécula seculorum
[…]

Muy tarde, señor oyente,
P’ hablar de arrepentimiento.

 

Décimas de Violeta Parra tras la muerte de su hija Rosa Clara en los brazos de su hijo mayor, Ángel Parra.

 

“Jane le dijo una vez a Paul (Bowles, su marido) que quedarse sola con su madre cuando su padre murió fue lo peor que había podido pasarle. Fue un terror en el que intervenían amor y odio, un enredo que Jane trató de aclarar durante toda su vida creativa en relatos de madres y madres sustitutas, de hijas y de hermanas”.

“Todas las personas que vieron alguna vez a Jane y a su madre juntas coinciden en que Claire era excesivamente cariñosa y posesiva, que adoraba a su hija y que deseaba lo mejor para ella”.

 

“Cuando estaba con Jane, incluso siendo ya Jane una persona adulta, no podía tener quieras las manos. Siempre la estaba tocando. Y Jane no soportaba a duras penas, dice Paul”.

De libro Jane Bowles, biografía de Millicent Dillon.

 

 

“Que estallen, si es menester; yo quiero conocer mi origen, aunque éste sea de lo más humilde. Ella, naturalmente, como mujer que es, tiene orgullo, y se avergüenza de mi oscuro nacimiento. Pero yo, que me considero hijo de la fortuna, que me ha colmado de dones, no me veré nunca deshonrado. De tal madre nací; y los meses que empezaron al nacer yo, son los que determinaron mi grandeza y mi abatimiento. Y siendo tal mi origen, no puede resultar que yo sea otro, hasta el punto de querer ignorar de quién precedo”.

Edipo, en Edipo, rey, de Sófocles.

 

“Otra actitud bastante frecuente, y que no es menos nefasta para el niño, es la devoción masoquista: algunas madres, para compensar el vacío de su corazón y castigarse por una hostilidad que no quieren confesarse, se hacen esclavas de su progenie: cultivan indefinidamente una ansiedad morbosa, no soportan que el hijo se aleje de ellas; renuncian a todo placer, a toda vida personal, lo cual les permite adoptar una actitud de víctimas; y de estos sacrificios extraen el derecho a negar al hijo toda independencia; esta renuncia se concilia fácilmente con una voluntad tiránica de dominación; la mater dolorosa hace de sus sufrimientos un arma que utiliza sádicamente; sus escenas de resignación engendran en el niño sentimientos de culpabilidad que, a menudo, pesarán sobre él durante toda la vida: esas escenas son aún más nocivas que las escenas agresivas”.

“Los hijos no son un ersatz (sustituto) del amor; no reemplazan un objetivo de vida rota; no son un material destinado a llenar el vacío de nuestra existencia; son una responsabilidad y son un pesado deber; son los florones más generosos del amor libre. No son el juguete de los padres, ni la realización de su necesidad de vivir, ni sucedáneos de sus ambiciones insatisfechas. Los hijos son la obligación de formar seres dichosos”.

Del libro El segundo sexo, de Simone de Beauvoir.

My darling child
My darling baby
My darling child
You gave life to me
My darling child
My darling baby
My darling child
You came and saved me
My darling child
My darling baby
My darling child
You gave you to me
Me little ninja
Me little dancer
Me little streetfighter
Me little chancer
Me lovely boy
Me lovely babby
My pride and joy
Me little puppy
Me little wolf
Me little lamby
My favourite boy
My angel babby
Me love me boy
Me love me babby
My pride and joy
Me little puppy

De Sinéad O’Connor, My darlyg child, del disco Universal mother.

“Mi mamá era bastante ambiciosa y mi padre quería que tuviera una educación musical. Empecé a recibir clases de piano a los ocho años. Era la época de Deanna Durbin y de Shirley Temple, y claro está, mi madre soñaba. ¿Soñaba con qué? Pues con la gloria. Ella decidió que debía convertirme en una gran cantante. Seguramente tenía algo especial, porque es obvio, sino no habría seguido adelante y no podía luchar contra eso, porque en aquella época uno hacia lo que querian sus padres. ¿Qué iba a hacer? ¿Protestar? ¿Una chica como yo contra un temperamento tan fuerte como el de mi madre?”.

“Mi madre no me dejaba mirarme en el espejo más de cinco minutos. Debía trabajar. No podía perder el tiempo en tonterías. Sin duda debo a su severidad mi gran experiencia artística y mis amplios repertorios actuales”.

“Dudo que pueda ser una buena madre en casa y a la vez tener una gran carrera profesional. En mi profesión, no. No funciona. Mi profesión es un trabajo a tiempo completo”.

Maria Callas en el documental Maria by Callas, de Tom Volf.

 

“Mi primer cuaderno fue un enorme Big 5 que me dio mí madre con la sensata sugerencia de dejar de quejarme y aprendiera a entretenerme escribiendo mis pensamientos”.

“Recuerdo una vez que estábamos aislados por la nieve y mi madre me dio varios viejos ejemplares de Vogue y señaló un anuncio: la competencia que tenía Vogue para estudiantes, el Prix de Paris. El primer premio, un trabajo en París o Nueva York. ‘Podrías ganarlo’, me dijo mi madre. ‘Podrías ganarlo y vivir en París o en Nueva York, donde quisieras. Pero, definitivamente, podrías ganarlo’ En mi último año de Berkeley lo gané”.

“No pude, de ninguna manera, confrontar la muerte de mi hija durante mucho tiempo. Ella tenía muchos más problemas de los que yo había reconocido y admitido. Al mismo tiempo que tenía problemas, era infinitamente amena y encantadora. Y naturalmente tendía a concentrarme en eso. La mayoría pasamos por la vida concentrándonoslo en lo que funciona, y su lado ameno funcionaba para mí”.

“Ella (hija) era adoptada. Me la dieron para que la cuidara y había fracasado, así que había una gran culpa”.

Joan Didion en el documental El centro cede, de Griffin Dunne.

 

 

 

 

“Sé que ya no puedo comunicarme con ella. Sé que, si lo intentara, se desvanecería. Si quisiera tocarla desaparecería. Pasaría a la nada. Se desvanecería como las noches azules. Se iría como se va el brillo. Regresaría al azul. Yo misma puse sus cenizas en la pared. Sé lo que estoy experimentando ahora. Sé lo que es la fragilidad, lo que es el miedo. El miedo no es por lo que se pierde. Lo que se pierde ya está en la pared. El miedo es por lo que aún podemos perder. Puedes creer que no hay nada que perder, sin embargo, no hay día de su vida que no la vea”.

Joan Didion, de su libro Noches azules.